diumenge, 9 de desembre del 2018

La casa de 1908 | Giulia Alberico




Giulia Alberico
La casa de 1908
Traducció de l'italià al castellà de César Palma
editorial minúscula (Colección Micra), 2018
Fragments



Un llibre petit d'una casa gran (quan parla, té uns 90 anys, i els aparenta amb dignitat, ens diu).

Ella. la casa, feta construir al davant de dos mars semblants, ens contarà la història d'una família que torna a viure a Itàlia des d'Argentina. I el segle XX italià passarà davant nostre, amb algunes reflexions vitals importants, amb molta sensibilitat i la serenor pròpia d'un casalot per buidar i vendre.

Tres raons per compartir aquest llibre:
- em sembla interessant el fet de donar veu, com a narradora, a "la casa de 1908";
- m'agrada la tendresa del relat, la dolçor de la memòria (fins i tot imprecisa) i l'estima pels detalls;
- trobo que és, de nou, una gran experiència petita de bona literatura.

Un tastet (pàgines 24 i 25), al voltant "dels llibres i sa lectura":
   Aquella muchacha no tenía nada que ver con su mundo hecho de comercio, de almacenes, de sacos de semillas de cereales y de bidones de cobre para los viñedos.
   Sus manos eran pequeñísimas y pálidas, manos de niña. A lo mejor le gustó el hecho de que siempre tuviese las uñas cortas y de que no se las pintara.
   Leía constantemente, quizá demasiado, y ella, sin dejar que la viera, observaba las expresiones del rostro de Marcella cuando leía y captaba una intensidad que en ciertos momentos la preocupaba.
   Creía que en los libros esa muchacha encontraba un alimento que le era indispensable, que de todas aquellas palabras escritas extraía un montón de emociones, no todas fáciles, pero que, pese a ello, Marcella buscaba.
   Aurelia estaba convencida, sin embargo, de que los libros le causaban a Marcella también una especie de sufrimiento.
   Le habría gustado defenderla de esa que le parecía una costumbre insensata, pero al mismo tiempo esa insensatez le inspiraba un misterioso respeto.
   Había una complejidad de cosas en el alma de su nuera y decía que la vida, para alguien que leía tanto, con ese rostro y esa mirada que rezumaban físicamente las emociones que suscitaban las palabras, la vida, para alguien así, acabaría siendo un problema.
   Cuando Marcella leía, y lo hacía en la cocina, ella se movía con pasos más leves.
   Evitaba, al cocinar, hacer ruidos molestos. Si se le caía la tapa de una cacerola desproticaba en voz baja contra sí misma.
   Le gustaba la proximidad muda y abstraída de aquella muchacha que había entrado en su familia y ahora formaba parte de ella.

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