Los libros están hechos de frases, obvio, que son como los ladrillos de la construcción, y del mismo modo que es difícil reparar en la hermosura de un ladrillo, las frases, cuando leemos, pasan relativamente inadvertidas, arrastradas por el flujo del discurso, como debe ser. El detenerse demasiado en una frase es signo de inmadurez; lo que importa en un libro es el conjunto, el edificio verbal, no sus componentes. Y sin embargo es costumbre bastante difusa subrayar libros. El subrayado desmiente el edificio y realza el ladrillo, el humilde tabique comprimido entre mil tabiques idénticos; es una suerte de operación de rescate, como si cada subrayado dijera: salven esta frase de las garras del libro, liberen esta joya del pantano que la rodea. es bien sabido que, quien empieza a subrayar, no puede detenerse; los subrayados se multiplican, una plaga se apodera del libro, surge otro libro en su interior, una república autónoma. El subrayador piensa: “Si subrayé aquella frase, ¿cómo no voy a subrayar ésta, y esta otra, y también aquella?”. El subrayador se vuelve un segundo autor del libro, extrae de éste el libro que él hubiera querido escribir, entra en franca controversia con el libro que lee, al que somete a una implacable cacería de frases subrayables. Un día tuve que pedir un libro mío en una biblioteca universitaria para verificar un dato. Descubrí que el ejemplar estaba profusamente subrayado. La cosa me halagó, por supuesto, pues los subrayados son la evidencia de una lectura acuciosa y apasionada. Muy pronto, sin embargo, me invadió una sensación ambigua que se tornó francamente fastidiosa. No estaba de acuerdo con los subrayados. Mi anónimo lector había pasado por alto pasajes que me parecían muy remarcables y resaltado en cambio líneas meramente operativas, inertes. Me hallé en pugna con mi propio libro, trazando mentalmente mis propios subrayados, sacándole a mi libro otro libro, aquel que hubiera querido escribir y que, sólo ahora me daba cuenta, había escrito a medias. (pàgines 81-82)
Fabio Morábito
El idioma materno
Sexto piso, 2014
Llegir les primeres pàgines (enllaç).
84 textos breus sobre l'acte d'escriure i el de llegir, sobre tipus d'escriptors i de lectors, sobre parlar i escoltar...
84 ocasions per a parlar i per a discutir, per a gaudir de la conversa amb els amics.
84 reflexions més o menys "acceptables" però sempre interessants.
Sexto piso, 2014
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84 ocasions per a parlar i per a discutir, per a gaudir de la conversa amb els amics.
84 reflexions més o menys "acceptables" però sempre interessants.
El meu exemplar, jo normalment no subratllo, porta una tirereta de post-it's que sembla una fira, que el senyor Fabio em perdoni.
ANA KARENINA
Me acosté en la cama y puse una compresa caliente bajo la espalda. Tenía que quedarme veinte minutos inmóvil, extendí el brazo hacia el librero y el primer libro que alcancé fue Ana Karenina. No lo había leído, decidí hojear las primeras páginas mientras duraba el efecto de la compresa y cuando el calor se disipó, había leído más de cuarenta. Volví a poner el libro en su lugar. Me acordé de él hasta el otro día, cuando me apliqué otra compresa. Extendí la mano, abrí el libro y seguí leyendo. No tenía la intención de echarme semejante tabique, pero no quería quedarme mirando el techo y llegué a la página ochenta cuando se disipó el calor de la compresa. Devolví el libro a su lugar. Ochenta páginas eran un buen trozo para hacerme una idea del conjunto. Me dije que podría acometer las ochocientas setenta páginas del libro en un futuro no muy lejano, quizá dentro de unos meses. Tres días después me encontraba en la sala de espera del dentista y en los anaqueles de las revistas había un solo libro grueso: Ana Karenina. Lo agarré y reanudé la lectura en el punto en que la había interrumpido. era otra traducción, con un estilo más rebuscado. El doctor me hizo esperar una hora y media, tiempo durante el cual avancé hasta la página 160. Dije avancé, porque yo no estaba leyendo Ana Karenina, sino echando las bases para leerlo en un futuro más o menos cercano. Al absorber cada página sólo estaba tanteando el terreno. Eso no quiere decir que las absorbiera de manera descuidada, sino que me contenía en cuanto a emociones y pensamientos. Me decía “Aquí hay indignación”, “Esto es para reírse”, “Esto otro para conmoverse”, pero no me indignaba, no reía ni me sentía conmovido, porque no lo estaba leyendo. Es verdad que a veces me dejaba llevar por los acontecimientos y tenía que decirme: “Calma, es sólo un ensayo”. Se juntaron varios factores que hicieron que, en cosa de tres semanas, entre aplicaciones de compresas y visitas al dentista, llegué a la última página. Satisfecho, guardé el libro en su sitio. Me había hecho una idea muy sólida de él. Pronto lo leería. (pàgines 43-44)
ANA KARENINA
Me acosté en la cama y puse una compresa caliente bajo la espalda. Tenía que quedarme veinte minutos inmóvil, extendí el brazo hacia el librero y el primer libro que alcancé fue Ana Karenina. No lo había leído, decidí hojear las primeras páginas mientras duraba el efecto de la compresa y cuando el calor se disipó, había leído más de cuarenta. Volví a poner el libro en su lugar. Me acordé de él hasta el otro día, cuando me apliqué otra compresa. Extendí la mano, abrí el libro y seguí leyendo. No tenía la intención de echarme semejante tabique, pero no quería quedarme mirando el techo y llegué a la página ochenta cuando se disipó el calor de la compresa. Devolví el libro a su lugar. Ochenta páginas eran un buen trozo para hacerme una idea del conjunto. Me dije que podría acometer las ochocientas setenta páginas del libro en un futuro no muy lejano, quizá dentro de unos meses. Tres días después me encontraba en la sala de espera del dentista y en los anaqueles de las revistas había un solo libro grueso: Ana Karenina. Lo agarré y reanudé la lectura en el punto en que la había interrumpido. era otra traducción, con un estilo más rebuscado. El doctor me hizo esperar una hora y media, tiempo durante el cual avancé hasta la página 160. Dije avancé, porque yo no estaba leyendo Ana Karenina, sino echando las bases para leerlo en un futuro más o menos cercano. Al absorber cada página sólo estaba tanteando el terreno. Eso no quiere decir que las absorbiera de manera descuidada, sino que me contenía en cuanto a emociones y pensamientos. Me decía “Aquí hay indignación”, “Esto es para reírse”, “Esto otro para conmoverse”, pero no me indignaba, no reía ni me sentía conmovido, porque no lo estaba leyendo. Es verdad que a veces me dejaba llevar por los acontecimientos y tenía que decirme: “Calma, es sólo un ensayo”. Se juntaron varios factores que hicieron que, en cosa de tres semanas, entre aplicaciones de compresas y visitas al dentista, llegué a la última página. Satisfecho, guardé el libro en su sitio. Me había hecho una idea muy sólida de él. Pronto lo leería. (pàgines 43-44)