dijous, 8 de novembre del 2012

Americana (1971). Don DeLillo (fragment).


Don DELILLO
AMERICANA (1971)
Editorial Circe
Traducció de Gian Castelli



    - Cuéntame un cuento, le pedí.
    - ¿De qué tipo?
    - Alguno acerca del grandioso Oeste dorado y los indios y el gran espíritu salvaje de América.
    - ¿Es necesario que hable con frases cortas? 
    - No
    -  Tengo uno perfecto –dijo-. Trata de un viejo y sabio hombre mágico de los sioux oglala y de lo que me dijo en cierta ocasión durante una noche de luna.(...)
Tenía cien años, y su aspecto era el de un tocón de roble. De niño, había luchado en la batalla de Little Bighorn junto a Caballo Loco. Ya entonces aborrecía el derramamiento de sangre, y había pasado la mayor parte de sus años de adulto ayunando y orando. Hace algún tiempo, y gracias a los buenos oficios de un antropólogo que en otro tiempo fuera amigo de mi padre, conseguí permiso para visitar a Cuchillo Negro en su choza de las colinas de Dakota del Sur. Le formulé algunas preguntas de cortesía de las que él prefirió hacer caso omiso, mostrando ya desde el principio un magnífico desprecio por las formalidades. Chupaba una vieja y horrible pipa de mazorca que supuse llena de barro y hojas húmedas. Y entonces le pregunté si habían cambiado mucho las cosas desde su niñez. Me respondió que aquella era la pregunta más inteligente que alguien le había hecho nunca. Las cosas apenas habían cambiado, tan sólo lo habían hecho los materiales, las tecnologías. Vivíamos en la misma nación de ascéticos, de expertos en competitividad, de enemigos del desperdicio. Hemos pasado todos estos años rediseñando nuestros paisajes para cercenar los objetos innecesarios, tales como los árboles, las montañas y cualquier edificio que no aproveche al máximo cada centímetro cuadrado de espacio. El ascético detesta el desperdicio. Planeamos la destrucción de todo aquello que no obedezca a la causa de la eficacia. Resulta difícil de creer, dijo, que seamos ascéticos. Pero los somos; lo somos más que todos los falsos santos de allende los mares.
Lo que realmente deseamos hacer, dijo, desde los más recónditos secretos de nuestro corazón, es destruir los bosques, las casitas blancas, los puentes cubiertos, los edificios de piedra, los jardines de azaleas, los grandes graneros rojizos, las tabernas coloniales, las barcazas fluviales, los pueblos balleneros, las sidrerías, las norias, las mansiones de antes de la guerra, las cabañas de troncos, las encantadoras iglesias antiguas y los pequeños y acogedores apeaderos de ferrocarril. Todos, incluso los conservacionistas, incluso los beligerantes que se encadenan a antiguos y delicados edificios para impedir que los destruyan, estamos a favor de su demolición. Así es como somos. Líneas rectas y ángulos rectos. Experimentamos, admítelo, un deleite íntimo ante el espectáculo de la belleza envuelta en llamas. Ansiamos dinamitar para siempre las cosas más antiguas y más bellas para luego sustituirlas con estructuras idénticas pero carentes de gusto. Con depósitos de células cancerígenas. Con pulcras cámaras grises destinadas a la meditación y a la lectura de anuncios publicitarios. Imagina los fantásticos moteles que podríamos edificar en la pradera si tan sólo pudiéramos rendirla por completo a los demonios de nuestra auténtica naturaleza: imagina los automóviles que podrían trasladarnos de uno a otro de esos moteles; imagina las monolíticas máquinas de cincuenta pisos de altura con las que nos desembarazaríamos de las víctimas de los accidentes automovilísticos sin tener que preocuparnos de funerales ni del gasto que suponen las lápidas y los sepulcros. Dejemos a la policía que campe a sus anchas. Dejemos a los enloquecidos dirigentes de nuestra nación que destruyan a quien les plazca. Eso es lo que realmente queremos, me dijo Cuchillo Negro. Queremos vernos totalmente engullidos por lo que llamamos los peores elementos de nuestra vida y nuestro carácter nacionales. Queremos chapotear en el reluciente, terrible y oscuro corazón de la Gran Madre América. (Eso fue lo que dijo.) Queremos reconciliarnos con la falsa cólera que tan a menudo mostramos ante los crecientes síntomas de esterilidad y violencia de nuestra cultura. Liquidar las viejas edificaciones de piedra y las elegantes terminales de tren. Eliminar los apestosos y carcomidos juzgados de las ciudades pequeñas. Pulverizar el puente de Brooklyn. Pulverizar Nantucket. Pulverizar la avenida de Blue Ridge. Tenemos que ser conscientes de que estamos viviendo en Megamérica, neón, fibra de vidrio, plexiglás, poliuretano, mylar, acrilita.”


2 comentaris:

  1. Un conte extraordinari: un mon per destruir i molta gent disposta...

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  2. Eduard

    En Delillo és molt gran!
    El seu últim llibre de contes és magnífic.

    Gràcies pel text!

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