A veces piensa que todos los buenos aeropuertos se parecen entre sí mientras que los malos lo son de formas muy diferentes. Una noche cualquiera bajo la lluvia, sin embargo, el aeropuerto de Madrid le parece de los malos sin ser diferente a otros sino, tal vez, sólo a sí mismo en otras ocasiones. Mientras enciende un cigarrillo piensa en Madrid y en las veces que ha estado antes aquí y luego piensa en ella. A continuación mira su reloj y se dice que aún tiene tiempo hasta el siguiente vuelo y piensa por un momento en la situación de estar en tránsito, que es como una versión miniaturizada de la propia vida, y luego piensa de forma general en la vida y vuelve a pensar en ella y se da cuenta de que ya no va a poder pensar en otra cosa. Entonces comienza a recordar cómo se conocieron y lo que hacían cuando él volaba periódicamente desde Ámsterdam para estar con ella y ella lo llevaba a ver la ciudad, que siempre era la misma y, al mismo tiempo, era diferente, del mismo modo en que también sus encuentros eran diferentes al tiempo que exactamente iguales los unos de los otros, como si las mínimas variaciones que se producían de visita en visita fueran necesarias para convencerles de que no habían sido atrapados por la rutina pero, a su vez, no debieran ser lo suficientemente importantes como para producirles la impresión de que su relación se abría a la variación y a lo inesperado; es decir, como si las cosas fueran siempre iguales al tiempo que ligeramente distintas y de ese modo pudieran ser exactamente como ellos las imaginaban cuando estaban separados y hablaban por teléfono, todas largas llamadas entre Ámsterdam y Madrid cuando ambos estaban ya en la cama y más se echaban de menos, y que no servían para mucho más que para escuchar la voz del otro, que sonaba al otro lado de la línea con claridad o a través de la estática pero siempre de tal manera que lo que esa voz decía acerca del trabajo o de un nuevo restaurante o de lo que fuera resultase menos importante que su propio sonido, una simple voluta de humo elevándose al cielo encapotado y llegando a través de las tormentas europeas para que ella pudiera acordarse de él al colgar y él pudiera quedarse pensando en ella, que tenía los ojos marrones y el cabello negro y tenía los labios estrechos como dos líneas delgadas que se estiraban en una mueca cuando mordía una manzana o sonreía.
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ohhh el text m'ha encantat i m'ha recordat quin serà el proper que caurà!!
ResponEliminaSobre la il·lustració què puc dir...m'encanta, sóc una fan d'aquest il·lustrador!!!!
Gràcies a aquest súper equip de continuïtat que mantenen el caliu encara que la calor apreti!!!