divendres, 17 de setembre del 2010
Perder teorías
Comienzo de Perder teorías
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Fui a Lyon porque una organización llamada Villa Fondebrider me invitó a dar una charla sobre las relaciones entre la ficción y la realidad dentro de unos Encuentros Internacionales de Literatura. Acepté porque no había estado nunca allí y me apetecía conocer la ciudad. Además, participaban en aquel simposio John Banville y Rick Moody, dos de mis escritores favoritos. En cuanto a la cuestión de las, cada día más manoseadas, relaciones entre la ficción y la realidad, había escrito ya una infinidad de veces y de muy variadas formas sobre el tema y me pareció llegada la hora de fijar, de una vez por todas y aunque yo mismo desconfiara de ella, una posición firme al respecto.
Recuerdo todavía las cosas absurdas que, a lo largo del viaje aéreo, pensé que podía encontrarme en Lyon y cómo acabé quedándome dormido. Cuando desperté, ya habíamos llegado. En el aeropuerto me esperaba una especie de tiparraco (alguien que me cayó mal desde el primer momento), un joven taxista con un cartel en el que había escrito -muy mal, con tres grotescos fallos ortográficos- mis apellidos.
Lo normal en los taxistas que cumplen estos cometidos es un comportamiento burocrático, rutinario. Cruzan cuatro secas palabras contigo y te dejan, con la debida eficacia, en el hotel, y punto. Pero mi taxista parecía tener ganas de hablar y de inmiscuirse en mis asuntos. Viendo que mi francés era imperfecto, propuso que habláramos en portugués, su lengua materna. Un fastidio, porque hablo peor el portugués que el francés.
A mitad del trayecto me confesó que no sabía muy bien cómo se llegaba al Hotel des Artistes, donde debía yo hospedarme. Tras explicarme que hacía tan sólo tres días que le habían dado el carnet de conducir, comenzó a aprovechar los semáforos de las afueras de Lyon para consultar un mapa de la ciudad, al tiempo que me expresaba en portugués sus dudas y grandes confusiones.
El viaje en taxi, por mucho que no tuviera yo prisa alguna, comenzó a hacérseme eterno. Para colmo, parecía empeñado el portugués en considerarme un turista y no paraba de recomendarme restaurantes de la rue Merciere, donde seguramente tenía alguna comisión. Cuando le dije que había ido a Lyon a trabajar, no entendió nada, a pesar de que el trayecto lo pagaba la Villa Fondebrider, que era la institución que sobre el papel tenía que haberle contratado para llevarme hasta mi lugar de residencia.
......
Enrique Vila-Matas
(Pàgina inici del llibre. Penjat a la seva web)
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Article del Vila-Matas, en el suplement Babèlia d'El País:
ResponEliminahttp://www.elpais.com/articulo/portada/fondo/eterno/Walter/Benjamin/elpepuculbab/20100918elpbabpor_25/Tes