(Vaig escriure aquest article en castellà i el deixaré tal i com el vaig concebre.)
Uno de los primeros lectores de “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust, concretamente del primero de sus volúmenes, fue el escritor y editor André Gide. Gide rechazó el tomo de Proust para su publicación en la editorial Nouvelle Revue de France (NRF) sobre la base de un cúmulo de prejuicios, que pueden resumirse básicamente en dos:
1.- Consideraba que Proust era un esnob, un diletante insufrible que se arrastraba por fiestas mundanas sin oficio ni beneficio.
2.- Al hojear algunas páginas de ese primer manuscrito, Gide pensó que no era más que un folletín trufado de “historias de duquesas” sin ningún interés para los lectores cultos y serios. Poco tiempo después de rechazar su publicación, el mismo Gide –sabedor del craso y precipitado error cometido- le escribe una carta a Proust lamentando su decisión. En dicha carta, fechada en enero de 1914, Gide se confiesa a Proust en los siguientes términos: “...Desde hace varios días no abandono su libro; me lleno de él con deleite, me sumerjo en sus páginas. ¡Ay de mí! ¿Por qué me resulta tan doloroso amarlo tanto?... Haber rechazado este libro quedará para siempre como el más grave error de la NFR, y (como tengo la vergüenza de ser en gran parte el responsable de esto) una de las tristezas, de los remordimientos más dolorosos de mi vida”.
Gide acaba la carta con estas palabras: “... No me lo perdonaré jamás, y es sólo para aliviar en algo mi dolor que me confieso ante usted esta mañana, suplicándole que sea indulgente conmigo, más indulgente de lo que yo mismo no consigo ser.”
La pregunta que debemos formularnos sólo puede ser la siguiente: ¿Qué le debió suceder a André Gide para que alterara tanto su juicio sobre ese primer tomo de la “Recherche”?
La respuesta parece ser bien simple y sencilla. Gide se leyó el libro de cabo a rabo. Y ahí todo cambió. Leer a Proust. Esa es la cuestión. Ese es el reto. Antes de emprender su lectura yo mismo tuve varios reparos. En primer lugar la extensión de la obra: siete tomos, más de tres mil páginas. En segundo lugar, el estilo proustiano: frases larguísimas, interminables, laberínticas, donde caen, en catarata, infinidad de subordinadas, metáforas a cientos (con el “como” siempre delante) y todo ello bajo un estilo barroco, recargado y un tono lento, lentísimo.
Un comienzo durillo
Las primeras trescientas cincuenta páginas de la obra (“Combray” y “Un amor de Swann”) no ayudan en nada a eliminar el prejuicio, antes mencionado. Quien logre salvar esas páginas empieza a atisbar el paisaje tras la niebla. Vladimir Nabokov en su análisis de “En la parte de Swann” afirmaba que los lectores impacientes se pueden ahogar a sí mismos con los miles de bostezos que les provocará este primer volumen. Y tiene razón.
El cambio y el milagro
Pero todo cambia cuando nos adentramos en el segundo tomo (“A la sombra de las muchachas en flor”), concretamente a mitad del mismo. Cuando, el héroe proustiano, viaja a Balbec de vacaciones, en un tren que recorre la Francia profunda, y hace acto de presencia en esa ciudad balnearia. Arribado en Balbec, todo adquiere un nuevo tono, un nuevo aire o clima atlántico. Es como si Proust, consciente de que nos ha triturado y descuartizado durante cuatrocientas páginas se dejara ya de zarandajas. Sabe lo que quiere decir y va a por ello como un torero con el estoque. En Balbec, el joven Marcel conocerá a gran parte de las personas que marcarán su vida futura, entre los que se encuentran a Robert Saint-Loup (amigo eterno), el pintor Elstir (maestro de arte y pensamiento), Albertine Simonet (amor torturado por los celos), el barón Charlus, etc. etc. Todo este tramo en Balbec está preñado de una potencia y un poderío narrativo descomunal, sobrenatural, cósmico, cuyas frases parecen haber sido dictadas por Dios; a momentos cómico (de una comicidad felliniana, mucho más italiana que francesa), bellísimo, profundo y si todo eso fuera poco, el lector ya no bosteza sino que ríe y reflexiona como no lo había hecho en toda su vida (cuando algo nos hace reír y pensar al mismo tiempo ya es buena señal). Yo, como lector, cuando Proust me lleva a Balbec es algo que nunca olvidaré, cómo o de qué manera Proust describe el Hotel-Balneario; sus habitaciones (donde el protagonista –siempre enfermizo e hipersensible- se comunica con su abuela con golpecitos en la pared para que ésta salga de su habitación como un rayo y lo atienda en sus dolencias); sus paseos por el malecón ; los días o jornadas en que conoce a Robert Saint-Loup y luego al pintor Elstir; el modo en cómo entabla relación con Albertine y su troupe de “muchachas en flor”, etc. etc. Son todas ellas páginas gloriosas, sublimes, lo más grande jamás leído por quien esto escribe. A pesar o a causa de su grandeza, Proust no abandona su frase larga y sus subordinadas ni sus metáforas continuas, pero ha sucedido algo extraño e inexplicable. Aunque el trazo o la frase proustiana sigue siendo larga, tortuosa y multi-conceptual, ésta ya no nos cansa como antaño, ya no la odiamos. Es como si hubiéramos necesitado unas cuatrocientas páginas para amoldarnos, acostumbrarnos a ella. La clave de todo, en mi modesta opinión, es que una vez llegados a Balbec, Proust ya no da palos de ciegos, y tiene en su cabeza prácticamente toda la “Recherche”. Sabe que si, en ese segundo tomo, escribe una línea determinada se debe a que ochocientas páginas más tarde esa misma línea dará a luz muchas otras líneas más. Llegados a ese punto, el autor ya es dueño y señor de la función y de nuestra imaginación. Taumaturgo sagrado, Proust ha colonizado nuestra mente. Es como si el encanto mágico se hubiera desencadenado. Y, aunque todo eso parezca increíble, el lector lo detecta, lo sabe y lo percibe. Yo como lector lo he sentido en cada página de este segundo tomo.
Conclusión: hay que vencer los primeros dos tomos. Llegados al cuarto (en el que ahora me encuentro) ya vamos a velocidad de crucero. Todo es pura música celestial. Estás incluso ávido de más “Recherche” como si fueras un adicto a una droga dura. E
n estos días que estoy devorando y concluyendo “Sodoma y Gomorra” no pasa día de mi vida en que no lea una media mínima de quince páginas (y quince páginas de Proust os aseguro que da para mucho).
En este tercer volumen emerge, poco a poco, probablemente el gran personaje de la “Recherche” y uno de los personajes literarios más importantes de la historia de la Literatura: me refiero al Barón de Charlus. Y ahí estamos. Pongo un ejemplo, sacado del segundo volumen “A la sombra de las muchachas en flor”: “No hay hombre –me dijo-, por sabio que sea, que en alguna época de su juventud no haya llevado una vida o no haya pronunciado unas palabras que no le gusta recordar y que quisiera ver borradas. Pero en realidad no debe sentirlo del todo, porque no se puede estar seguro de haber llegado a la sabiduría, en la medida de lo posible, sin pasar por todas las encarnaciones ridículas u odiosas que la preceden. Ya sé que hay muchachos, hijos y nietos de hombres distinguidos, con preceptores que les enseñan nobleza de alma y elegancia moral desde la escuela. Quizá no tengan nada que tachar de su vida, acaso pudiesen publicar sobre su firma todo lo que han dicho de su existencia, pero son pobres almas, descendientes sin fuerza de gente doctrinaria, y de sabiduría negativa y estéril. La sabiduría no se transmite, es menester que la descubra uno mismo después de un recorrido que nadie puede hacer en nuestro lugar, y que no nos puede evitar nadie porque la sabiduría es una manera de ver las cosas. Las vidas que usted admira, esas actitudes que le parecen nobles, no las arreglaron el padre de familia o el preceptor: comenzaron de muy distinto modo, sufrieron la influencia de lo que tenían alrededor, bueno o frívolo. Representan un combate y una victoria. Comprendo que ya no reconozcamos la imagen de lo que fuimos en un primer período de la vida y que nos sea desagradable. Pero no hay que renegar de ella, porque es un testimonio de que hemos vivido de verdad con arreglo a las leyes de la vida y del espíritu y que de los elementos comunes de la vida, de la vida de los estudios de pintor, de los grupos artísticos, si de un pintor se trata, hemos sacado alguna cosa superior.”
Proust crea, grandes y largas unidades de sentido, en cada frase que pergeña. Aunque aparezcan signos de puntuación (puntos, comas, puntos y coma) la frase avanza como una unidad a una sola dirección, aunque confluyan muchas ideas o conceptos. Repito – y eso es importante- el trazo proustiano es largo, tortuoso y multi-conceptual, pero todo esta bajo una sola idea, bajo la férula de un sola pensamiento rector y motriz. Una vez que nos hacemos con esa frase (ese continuo flujo de palabras, enlazadas con una cadena invisible cuyo objetivo es alumbrar una idea de ideas) hemos de poseerla, domeñarla y llegar a su corazón (como sí comiéramos una manzana hasta llegar a su semilla).
Una vez ahí –en el fondo de su sentido último- todo queda iluminado, todo adquiere sentido, todo se ordena y entonces , solo entonces, emerge el arte con mayúsculas. En el fragmento citado, tras leerlo detenidamente, la idea rectora es la adquisición de la sabiduría. Diríamos que Proust nos dice que uno debe equivocarse muchas veces para llegar a ser sabio. Y que esa sabiduría es personal, intransferible y que nadie puede enseñárnosla, sino que debemos descubrila nosotros mismos.
Molt bon article, Eduard!
ResponEliminaUna de les coses que més m'ha cridat l'atenció és la vinculació que fas entre Proust i Fellini referida a la part de Balbec. És un punt de vista interessant a tenir en compte, ja que a priori mai no hauria trobat una connexió entre dos artistes tant diferents.
Si em permets la curiositat, et voldria preguntar si sempre que llegeixes un llibre en fas una crítica per escrit. Si és així, sàpigues que t'envejo sanament!
Benvolgut Eduard,
ResponEliminachapeau!
(ens faràs llegir a Proust, al capdavall)
Gràcies Sícoris i icr,
ResponEliminaQuan el jove narrador arriba a Balbec, Proust realitza una procés de depuració poètica i estilística totalment felliniana, que em remet directament a “Amarcord” (els guionistes de Fellini: Ennio Flaiano, Tonino Guerra y Bernardino Zamponi, van aprendre la lliçó proustiana: pots ser delirant, cruel i destil·lar un humor ferotge però sempre, sempre has de ser sòlid, profund i entendre que una obra d´art es per sobre de tot un lliçó de vida, bellesa i mort). A tota la Recherche planeja la bellesa i la vida, però també la destrucció i la mort. Això es el que més m´emociona de Proust.
De debò, he arribat a plorar d´emoció llegint aquesta sagrada obra. La força de la paraula que obre nous camins de percepció, i tot forjat amb metàfores sobrenaturals. Proust va ser un geni descomunal. No vull que acabi mai la Recherche. Mai. Perquè la Recherche està sent la recerca de la meva pròpia ànima. Hi ha pagines que les he arribat a llegir deu cops per la seva bellesa, per la seva grandesa, per la seva indescriptible poesia. Res supera a Proust, res. Tot ho devora, tot.
Ostres !!! Està molt ben escrit !!!! Quina enveja.
ResponEliminaJa em venen ganes ja, de llegir la Recherche. Però com dius,millor quinze pàgines al dia. Disciplinadament. A poc a poc.
Mil gràcies !!!
Una força no oculta m'empeny irremeiablement a la lectura de Proust...
ResponEliminaMoltes gràcies Eduard, un gran escrit!
Gràcies Eulàlia i miu,
ResponEliminaNo vull ocultar, també, que la lectura de la “Recherche” requereix molta paciència i una infinita capacitat de concentració i silenci. Molts passatges han de ser llegits més d´un cop perquè son molt intrincats, laberíntics i en ocasions molt pesats. Però paga la pena fer-ho, de debò.
Per un altre banda, Proust es un orfebre de la miniatura. Crea personatges mastodontics que va alimentant poc a poc, fins que molts d´ells, de forma inadvertida, esdevenen gegantins. Destacaria a la Françoise (criada, mainadera, cuinera, zeladora, de tota la família), Norpois (diplomàtic i home de món que va apareixent de forma episòdica però que acaba sent un personatge enorme), Charlus (la quintaesencia del homosexual “vergonzante” que a cada nova pinzellada es va convertint en el gran personatge proustià), La Sra. Verdurin (arquetip de la burgesa mal parida, esnob, vulgar i cruel, que esdevé la més baixa expressió de com l´aristocràcia es va vendre a la burgesia). I així podríem arribar a completar la monumental creació de desenes de personatges inoblidables i eterns.
Proust és un dels millors, sens dubte. Però "Un amor de Swann" no desmillora "Pel cantó de Swann", ans al contrari. No m'he ofegat entre badalls, com digué Nabòkov, ni és avorrit, com diu Javier Marias.
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