dilluns, 23 d’agost del 2010

Cinelandia.- Ramón Gómez de la Serna


I. La gran urbe

El aspecto de Cinelandia, desde lejos, tenía algo de Constantinopla, mezclada de Tokio, con algo de Florencia y con bastante de Nueva York. No eran grandes pedazos de esas poblaciones los que se congregaban en su perímetro, pero sí un barrio de cada clase.
Era como el arca de Noé, de arquitecturas diferentes, y el Bargueño Florentino se enfrentaba con una Gran Pagoda, poseído por esa salacidad que también provoca lo exótico en las construcciones.
Todo eso en el centro de la ciudad, en su núcleo de grandes edificios, pues después la ciudad se desparramaba en mil hotelitos blancos, cuadrados, con arquitectura de muebles clasificadores, con visajes claros.
Una población de chalets de la Costa Azul, sin costa y, por lo tanto, distribuidos en círculo anchurosísimo, ponía alegres cabañas en el paisaje.
¡Extraño aspecto del panorama que parecía un Luna Park inmenso!
Al acercarse a la población se encontraba un conjunto de gran museo de reproducciones de los edificios y de las calles de todas las poblaciones del mundo. Parecía también la ciudad de recreo de la infanta más poderosa del mundo, la primera infanta que jugó con una ciudad falsa, inventada sólo para el juego y la suplantación.
Sólo eran verdaderos los hotelitos recuadrados, cuyo principal deseo era el de parecer cuartos de baño de la felicidad.
El paseo por las calles de la población tenía algo de pesadilla, y el que lo realizaba era como un viajero circunvalador que lograba dar la vuelta al mundo en una hora.
De todos modos, lo mejor de la población, los grandes personajes, su público elegante, sus hombres con tipo de deportistas, boxeadores y tenorinos se reunían en el pedazo de población que imitaba a Nueva York.
En aquellos cafés es donde se reunían los artistas más renombrados del cine, los grandes hombres de aquella ciudad del cine, cuyos plebiscitos sólo se relacionaban con el cine.
La constitución de la ciudad era ajena a las constituciones ddel mundo. Allí todo era gobernado por el gran explotador cinematográfico Emerson, emperador de la película.
En una extensión de diez leguas cuadradas, aquel hombre de inextirpable barba blanca -siempre con los cañones a la vista- y cejas negras, era el señor feuda.
El tiempo tiene allí una pereza especial, aunque se trabaja y se producen las mejores películas del mundo.
Una cosa de Domingo de Ramos por la mañana se cernía constantemente entre la población aun los lunes por la noche.
Establecido Cinelandia en el lugar de mejor clima del mundo, las puertas abiertas y los balcones sin cristales dejan escapar las músicas de los resonadores, los alborotos del jazz-band, las locuras de las marimbas.
Los cafés están en una eterna hora del vermut, y las bandas de música se dan paseos por los jardines, bailando el violín de los violinistas, entregados a la desajustada danza que ha inventado el jazz-band.
Había mucho de veraneo en Deauville en aquel ambiente, de verdadero veraneo interminable en un Deauville que fuese a la vez una Meca del mundo.
Toda aquella gran extensión de terreno -cinco leguas cuadradas- pertenecía a la gran compañía de cinematógrafo "El Círculo".
Varias ciudades diferentes, pero unidas, numerosos jardines y casitas de campo, se agrupaban en cuatro leguas. Arquitecturas árabes se mezclaban a las arquitecturas escandinavas. Era muy extraño todo aquello y daba la impresión de aquellas viñetas que eran cabecera de las revistas antiguas y en que se mezclaban las catedrales, las mezquitas y las viejas casonas.
Jacobo Estruk, el joven aventurero y curioso que acaba de entrar en la ciudad provisto de todos los permisos y pasaportes más la carta de crédito por valos de cien mil francos que es necesaria para establecerse en Cinelandia, miraba con sorpresa cómo se desarrollaba a su paso la más variada y estrambótica de las ciudades.
Portador de su maleta, porque en Cinelandia no hay quien lleve a otro el equipaje, buscaba fonda...
- ¿Me hace usted el señalado favor de decirme dónde habrá un buen hotel? -solía decir a los que pasaban, pero nadie le hacía caso.
Por fin una muchacha muy bien parecida le dijo:
- Si quiere usted venir a mi casa yo le hospedaré... Aquí no hay hoteles como en las otras ciudades... Hay casas sobradas para todos y si se quiere se come en el Restaurant.
Jacobo Estruk, muy agradecido y con la timidez del que se guarece en el paraguas de la desconocida en vez de guarecerla a ella en el paraguas masculino, iba callado a la vera de su bella protectora dotada de un apetitoso descote con color y calidades de mantecado...
Casas de muchos pisos junto a casas pequeñitas o gabinetes a los que se les hubiera caído la fachada y dejasen ver el secreto de su alma y de su sillería.
Jacobo Estruk perdía la cabeza en la variedad de sitios, admirado de ver cómo pasaba desde un barrio chino a un barrio judío o a un barrio de pescadores noruegos.
Las muestras de las tiendas eran deslumbrantes, efectistas y parecían una falsificación. Las calles tenían los nombres de los grandes artistas de cine muertos en el ejercicio de sus funciones.
- ¿Y usted cómo se llama, señorita? -preguntó Jacobo Estruk por romper el silencio del camino...
- ¿Mi nombre?... Venus de Plata... Es el nombre que me han dado... Al entrar en Cinelandia se pierde el nombre y se es bautizado con el nombre cinematográfico, el nombre de las pantallas...
- Pues es muy bonito eso de Venus de Plata -dijo Jacobo.
Pasaban por la ciudad de las casas con celosías, y Venus de Plata abrió la puertecita de uno de los palacetes cincelosados y penetró en él, haciendo una seña a Jacobo para que entrase.
Jacobo, que no veía dentro de aquel portal, completamente obscuro, distinguió al fin un gran hall cinematográfico y las mesitas llenas de esas lámparas con grandes pantallas en que es profuso el cine.
Los ceniceros patinaban en todos los veladores y los cuadros, que parecían cuadros de reyes, eran cuadros de reyes falsos, sólo simulados por una apariencia de coronas y diademas.
Venus de Plata tiró el sombrero sobre una butaca con aire cinematográfico. Después se atusó el pelo y se volvió a Jacobo con el presuntuoso aire de la que ha reconquistado su figura íntima y se presenta irresistible de coquetería y seducción...
- Sí... Está usted monísima -dijo Jacobo.
- Le advierto que le entiendo sólo con que me mire... Aquí hemos abolido la palabra... No sabe usted qué odio tengo al lugar común... Eso de "es usted monísima" me ha disgustado mucho.
Jacobo, compungido como un chico al ser regañado, tomó un triste aspecto con la maleta en la mano, sin quererla soltar.
- Le voy a enseñar su alcoba... Venga conmigo.
Jacobo Estruk, con ese deseo de lavarse que se siente después de un viaje, se dejó conducir. Iba hacia el blanco lavabo que despejaría todas sus ideas.
Subieron esos escalones que de habitación a habitación hay en las casas de cine, y quedó alojado en la alcoba lujosa, en que se siente el amparo maternal de la madera buena.

Ramón Gómez de la Serna. CINELANDIA (1er capítol). Ed. Valdemar /El Club Diógenes.

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